Una denuncia que agitó la calma en Morena
El miércoles por la tarde, la noticia comenzó a circular con fuerza: la activista Ana Pat Arteaga Massieu denunció al diputado federal de Morena, Arturo Ávila Anaya, por presuntas amenazas de muerte.
La acusación, presentada ante la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México, señalaba que los mensajes intimidatorios provenían de la cuenta verificada del legislador.
Minutos después, el tema ya era tendencia en redes sociales. Las capturas de pantalla comenzaron a replicarse, acompañadas de posturas encontradas.
Algunos usuarios pedían una investigación inmediata; otros hablaban de un intento de “guerra política” previo al nuevo periodo legislativo.
La respuesta inmediata de Arturo Ávila Anaya
Con el caso tomando fuerza mediática, el diputado apareció frente a las cámaras. Negó tajantemente las acusaciones, aseguró que se trataba de un montaje y apuntó directamente contra la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, a quien acusó de orquestar una campaña para dañar su reputación. “La evidencia fue manipulada”, dijo ante reporteros, visiblemente molesto.
Su declaración no logró frenar la ola de opiniones. La etiqueta con su nombre acumuló miles de menciones en pocas horas, evidenciando cómo los conflictos digitales se transforman rápidamente en crisis de imagen política.
El pasado que vuelve a pesar
La figura de Arturo Ávila Anaya no es ajena a la controversia. En mayo de 2025, medios nacionales revelaron la compra de una residencia en California valuada en 4.8 millones de dólares.
El diputado defendió la adquisición como fruto de su actividad empresarial en el sector de blindaje y seguridad.
Hoy, su nombre vuelve a ocupar titulares, pero por razones distintas. Entre la denuncia, la especulación política y la exposición mediática, el caso Arturo Ávila Anaya amenazas muestra cómo una acusación puede convertirse en un fenómeno político en tiempo real, amplificado por las redes y la desconfianza pública.
La investigación continúa abierta, pero la batalla por la narrativa ya se libra en el terreno más implacable: el de la opinión pública.
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